jueves, 25 de julio de 2013


c a r a c a s  m ú l t i p l e s



En julio de 2002, la Cámara Municipal del Municipio Libertador, controlada por el partido de gobierno y sin consulta previa alguna  (como apunta
 esta reseña de la época,  http://www.eluniversal.com/2002/07/21/ccs_art_21402EE.shtml) acordó cambiar el nombre de la circunscripción al que aún ostenta: "Municipio Bolivariano Libertador".
El 25 de julio de ese año, con motivo del aniversario de la ciudad, WIlliam Niño Araque convocó en la Galería de Arte Nacional lo que llamó la ASAMBLEA DE CARACAS, en la que presenté la versión original de un texto que, con modificaciones muy menores, pues su contenido y reclamos siguen vigentes, presento once años más tarde como mi pequeño regalo a esta ciudad.























Como en una suerte de combo del ensañamiento, las agresiones contra nuestros espacios ciudadanos se esconden con indecente frecuencia tras la charada patria de una iconografía falazmente reverente.
No podemos, sin embargo, acostumbrarnos a lo inaceptable.
Abandonada, hiriente y agredida, persiste ofensiva la dislocación urbana que llamamos “Avenida Bolívar”; diariamente se ignora y deteriora ese testimonio de determinación moderna y entramado urbano que sigue siendo el “Centro Simón Bolívar”; el potencial cívico de La Hoyada como recinto urbano monumental de una ciudad que necesita encontrarse se pierde entre los tarantines desolados del “Mercado Bolivariano”; al rancherío estatuario de la ciudad se le suma un Bolívar empaquetado en un trapo que lo ahoga, al final de la Avenida (faltaría más…) “Libertador”; y se anuncia (y luego se aborta “por motivos patrios”, en ese estira y encoge ya demasiado repetido de la prometología presidencial) la cesión del Palacio de Miraflores a una Universidad seguramente tan quebrada como todas las otras pero “Bolivariana”. Pero aunque quizá ya anegado por el alud de escándalos que nos pisa diariamente, no debe olvidarse que a esta tradición de coartadas ideológicas y trompetillas fundamentalistas pertenece la pueril echonería de los cagatintas que pretenden aguarle el cumpleaños a Caracas imponiendo apellidos y secuestrando símbolos sumando el adjetivo “bolivariano” al nombre del Municipio Libertador.
Más allá del abuso oportunista, la legalidad a los carajazos o el patrioterismo arrebatado, práctica cotidiana del poder, lo que indigna de este insistente intento es su determinismo excluyente, su manipulación de los idearios como fronteras y el confinamiento de la vida y la historia de Caracas, es decir, de la sociedad que hace, nutre y desarrolla este pueblito que se expandió acumulando suburbios y que ahora enfrenta el reto de su metropolitanización, a etiquetas y espejos intencionadamente deformados.
Con y como cada uno de los caraqueños, los que nacimos aquí y los que aquí decidieron vivir, amo, siento, defiendo, ambiciono, aborrezco, necesito, temo, deseo, imagino, actúo y soy, esta Caracas honrosamente bolivariana, es verdad, pero también ancestralmente guaicaipuriana, tropicalmente villanuevana, luminosamente reveroniana, libertariamente rosciana, musicalmente carreñiana, museográficamente arroyiana, fotosensiblemente gaspariniana, gustativamente sumitiana, poéticamente montejiana, delirantemente ramironaviana, cívicamente mirandiana, utópicamente ramironaviana, contagiosamente oscardeleóniana, reflexivamente nuñiana, sensualmente nebrediana, hertzianamente ottoliniana, lacrimosamente deliafiallana, teatralmente gimeniana, gramaticalmente belliana, festivamente galarraguiana, maravilladamente humboldtiana, inclusiva, urbanamente niñoaraquiana, múltiple, toponímica, contradictoria, polifónica, copulativa y en vivaz gerundio permanente que azuza transformaciones mientras hace de la complejidad su fuerza y belleza más profundas, que la garantizna viva y afirman su esperanza, incluso más allá de nuestra pequeñez, ingratitud, incompetencia y avaricia.
Toca nutrir esa diversidad y nutrirnos de ella para superar la exclusión que nos condena a todos (acoquinados unos al final de la escalera y atemorizados otros detrás del Multi-lock) a una reclusión que parecemos aceptar dócilmente y que debemos quebrar para recobrar Caracas. El futuro, que sigue quedando hacia adelante, no como lotería ni arrebato, sino como proyecto que depende de nosotros pues sólo en nosotros existe, exige convocar, incluir, tramar y hasta confrontar la pluralidad de esas muchas caras simultáneas e instaurar el encuentro como ejercicio de multiplicidad, para construirlo con disposición amplia y concurrente, sin atajos demagógicos, fajas dogmáticas o imposiciones excluyentes.
Podrán cambiarle el nombre a Caracas pero no el alma, los símbolos pero no la fuerza, pichirrearle su multiplicidad pero no eliminarla. Afortunadamente, a pesar de los empeños por diluirla y de nuestra torpeza para amarla y armarla, sigue viva porque sigue siendo de y desde todos.
Y porque lo sustantivo de Caracas, esa complejidad y multiplicidad suya, como la del país todo, excederá siempre el esquematismo excluyente de cualquier adjetivo simple, simplista o simplificador.




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