sábado, 29 de julio de 2017

30


Terminé mi post-grado pocos meses antes de cumplir 30 años

Con una beca de FUNDAYACUCHO (un programa cuyo impacto en la Venezuela de finales del siglo XX y la[s] que vendrá[n] aún no se ha evaluado cabalmente) pude, como otros venezolanos, estudiar en una de las universidades más prestigiosas del mundo

Algo que nunca hubiera podido hacer sin ese auxilio del Estado


El programa de becas de FUNDAYACUCHO estaba financiado por una bonanza petrolera que, aunque palidecería al compararse con la de inicios de este siglo, significaba para la época un hecho inusitado. 

Aquel “boom” creó también grandes distorsiones en nuestros comportamientos (el famoso “‘tá barato, dame dos”), convirtió la corrupción en pandemia, reforzó la dependencia de todo y todos con respecto al gobierno central, “naturalizó” el manejo discrecional de bienes públicos por el gobierno, degradó la dignidad de una sociedad más interesada en acercarse a esa pródiga teta que en temas tan complejos como honestidad o eficacia y debilitó nuestra capacidad productiva doblegándola a la facilidad de importar “necesidades” suntuarias que nos convirtieron en emblema continental de la banalidad; efectos negativos que sin duda marcan lo peor de lo que hoy criticamos y que, aunque no es incierto que se han incrementado con los años, su historia propia abarca ya varias generaciones como parte de nuestro “sistema operativo” nacional

Aunque ése sería otro tema, tocará dedicarle pensamiento y acción pronto a especies tan necias como la del “éramos felices y no lo sabíamos…”. No entender la gravedad de las deformaciones que promueve nos condenará fatalmente a repetirlas con la desorientada pero insistente saña del ignorante pretencioso
Recibí confirmación de la beca y de la aceptación de mi aplicación cuando llevaba ya más de dos años dando clases en la misma universidad en que me gradué y asumí esta nueva fase de formación como una oportunidad para ampliarla y retornar así algo al país que pagó mis estudios de pre-grado y ahora lo haría por los de post-grado

El contrato que se firmaba con FUNDAYACUCHO especificaba la obligatoriedad de regresar al país, pero en mi caso, como en el de la mayoría de quienes entonces aprovechamos la posibilidad que se nos ofrecía, ésa era una cláusula innecesaria. Aunque algunos, pocos, se quedaron por allá, la mayoría mantuvimos la firme voluntad de regresar a Venezuela sin contemplar otra posibilidad

Cuando iniciaba mi último semestre de estudios recibí una llamada de una persona muy cercana (que hoy vive, con toda su familia, fuera de Venezuela) para sugerirme que buscara el modo de no regresar a este país “encaminado inevitablemente al desastre”. Mi respuesta fue tajante: si Venezuela está destinada al desastre, es MI desastre; si me rindo o no colaboro a evitarlo seré ya parte de él, aunque intente evadirlo con distancias falsas

Un mes después o así ocurrió el “viernes negro”

A la distancia no se entendía la magnitud de la debacle que aquellas medidas que hoy lucen casi anecdóticas vaticinaban. Mi mensualidad siguió llegando con regularidad y bastaba para costear mis gastos. Sólo tuve un percance cuando me rechazaron la tarjeta de crédito al intentar utilizarla; una operación que no sabía había quedado suspendida con el control de cambio implementado. Pero ni con ese incidente anticipé que comenzaba para mi el estado de “vivir en crisis” que ha marcado ya más de la mitad de mi vida y casi todo mi ejercicio profesional


No tenía, o al menos así me lo parecía, por qué: me esperaba en Caracas mi trabajo en la Universidad, con mejor sueldo del que ganarían mis compañeros de estudio; y también una práctica independiente con los amigos con quienes había fundado una sociedad antes de irme y que sabía iba consiguiendo contratos en aquellos años en que el abundante ingreso petrolero estimulaba la construcción, desordenada pero vibrantemente

Mis estudios terminaban bien, esos años fuera habían despertado inquietudes antes impensables, tenía nuevos amigos desde entonces entrañables y mantenía una relación sentimental con una persona con quien, a pesar de las diferencias de nacionalidad y planes de vida, no me costaba imaginar un futuro común

Así que, tras graduarme, organicé mis asuntos, me despedí del lugar y mis amistades, vendí algunas cosas, compré otras y regresé con el firme propósito de emanciparme para comenzar una vida nueva

Pronto supe que no todo sería tan fluido como había imaginado

Y llegué a mis treinta

Comprendí, no sin dolor, que la sociedad profesional que asumía plena y productiva estaba al borde de la quiebra, con más socios que contratos y más deudas que ingresos. Indagando por qué, entendí que, tácita pero enfáticamente, para mis socios la sociedad era una suerte de “hobby” complementario pues obtenían su ingreso de alguna otra fuente, lo que dejaba la oficina sola la mayor parte del día y se asistía a ella si había tiempo y para intercambiar incidencias sobre el “verdadero” trabajo de cada quien.

La distancia, quizá, enfrió la relación sobre la que había llegado a hacerme ilusiones de largo alcance; las cartas se hicieron menos frecuentes y más distantes; las llamadas telefónicas parecían caer siempre en un “tengo que salir corriendo”; y así, no sin pena, fui entendiendo que también ese plan pasaba al anaquel de los “hubiera sido”...

Aguardando los preparativos para los cursos que empezarían en septiembre y me ofrecerían un ingreso fijo, se me comunicó que mi contratación sería sólo temporal, con menor remuneración y posiblemente sólo hasta el venidero diciembre

Las posibilidades de materializar mi propósito de emanciparme se menguaron hasta hacer obvio que también habrían de congelarse por un tiempo

Con un empleo precario y una sociedad profesional que seguía al garete pero con menos trabajo, me ofrecieron sumarme al equipo de una nueva escuela de arquitectura en una universidad también nueva. La idea me llenó de ilusión aunque la paga era también escasa. Pronto noté, sin embargo, mis diferencias con el modelo docente propuesto y, más aun, con el concepto de la institución, concebida como universidad/negocio, temas que me distanciaban inevitablemente de lo que al principio pensé sería un gran proyecto. No recuerdo qué circunstancia nos permitió a todos concluir la relación antes de que mis insatisfacciones me hicieran renunciar o mis reclamos los hicieran expulsarme y todo concluyó sin pena ni gloria pero también, y al menos, sin conflicto

Más o menos en ese tiempo mi madre enfermó y en un mes murió. Seguramente el cáncer la estaba consumiendo desde mucho antes sin que nadie lo notara, pero la rapidez del proceso fue casi tan devastadora como su final

Y “heredé” una responsabilidad antes no contemplada: hacerme cargo de mi padre. Lo cual implicaba, ya definitivamente, abandonar los planes de emancipación incluso si hubiera logrado reunir los recursos para hacerlo

A las pocas semanas de la muerte de mi madre, una apendicitis descuidada derivó en peritonitis y me puso al borde de una septicemia que casi me mata. De hecho, llegué a convencerme de que no la superaría y me tocó empeñarme en revertir ese pensamiento pasivamente suicida hasta recuperar, con las vicisitudes de la convalecencia, la normalidad cotidiana. Aunque el proyecto de una vida nueva hubiera tenido que ser suspendido, no podía seguir retrasando mi retorno a la vida, de nuevo

Una complicación relativamente menor en esa primera convalecencia obligó a una segunda operación, realizada con éxito pocos días antes de llegar a mis treinta y uno, casi al tiempo en que se despejaba el panorama laboral en mi Universidad con un contrato fijo


Cerraba así en tono positivo y apuntando hacia un futuro también incierto pero previsiblemente mejor, aquellos treinta cargados de frustraciones, dificultades, carencias, soledad y pérdidas y que hoy recuerdo como el peor de mis años

Pero vinieron los 31 y luego los 32; como vendrán en un mes, otro 30 pero de agosto, el doble de aquellos 32 y espero seguir acumulando múltiplos

Claro que no todos los años que siguieron a esos apocalípticos 30, viviéndolos cada uno y viéndolos hoy a la distancia, han sido sin problemas, angustias, dudas y fallas. Pero la vida sigue y ha seguido; como seguirá incluso cuando me ausente de ella y algún rastro de lo hecho o dicho halle quizá modos de florecer en la voluntad de otros como no supe yo, acosado por premuras y ansiedades, hacerlo en su momento

Revisito ese año doloroso hoy, 29 de julio de 2017; a cuarenta años exactos de mi graduación como arquitecto, ya casi al filo de esta medianoche que nos asoma al vértigo angustioso de este otro 30, mañana; un día que, desde el abuso y la ilegalidad, augura tiempos complicados, signados por la confusión y amenazas cada vez más explícitas y en medio de una suicida anuencia pueril sobre la violencia (por venganza o exterminio; al final da igual y también quién la "justifique") como posible redención

Como creo que muchos, veo en este 30 un insensato empeño de imponer poder sin autoridad alguna ni voluntad de “constituir” el entramado de prioridades, responsabilidades y oportunidades que sea capaz de construir con espíritu republicano y sin atavismos tribales, con ánimo democrático y sin dependencias reverenciales, un país

Como creo que a muchos, la proximidad de este 30 me causa un vértigo de borde de precipicio; ese aciago desasosiego que induce la convicción de la imposibilidad, el fatalismo de lo terminal, la evidencia de lo inevitable, como si el extenso tiempo y la vida intensa de todos dependiera de un único día y la obsesión de unos pocos

No promuevo “auto-ayudas”, pero mirar hacia mis 30 me permite enfocar creo que con mayor tino este 30 que se nos encima como un deslave institucional; y justo como ominoso corolario de los cincuenta años del más reciente terremoto que sacudió mi ciudad, el único que conocimos y cuya destrucción recordamos

Vienen días difíciles y negarlo sería, más que ingenuo, tonto: 
    • llegamos a una situación de extrema gravedad nacional por la vulgar dilapidación y apropiación de dineros públicos, la destrucción del aparato productivo y la manipulación del hambre como instrumento de sumisión
    • a  pesar de la prédica “nacionalista”, vivimos el período de mayor desarraigo de nuestra historia, y este destino de inmigrantes ilusionados se ha convertido en una fábrica de emigrantes tristes, casi desolados y de todo nivel social
    • las devaluaciones anteriores resultan casi risibles cuando la moneda ha perdido tanto su poder adquisitivo y la inflación ha crecido de tal manera que no alcanzo a manejar los cantidad de números que me arroja la calculadora
    • el empleo ha caído tanto como la capacidad productiva y, con ello, los salarios y la posibilidad de hacer que rindan en una economía confiscada por el gobierno, por otra parte claramente incapaz de darle mínima operatividad
    • en mi campo, mientras la ciudad se deteriora cada vez más, escasean los proyectos pero abundan las inversiones multimillonarias, expresada en y las diseños arrogantes de muy escaso valor disciplinar pero gran dispendio
    • emanciparse es casi imposible y aún más escoger dónde se quiere vivir sino, si acaso, qué se puede pagar; mientras, se manipulan esas ansias como carnada de adhesión, la dispersión como ardid y los “anexos" son práctica cotidiana
    • se acosa a las universidades que no se someten y se sustituye la producción de conocimiento por la abyección del adoctrinamiento en las que lo hacen, condenando a una generación a la frustración de una paupérrima capacitación 
    • el horror ante los reportes diarios de muertos, por represión o por criminalidad, se va diluye progresivamente como una vaguedad estadística, como una recurrencia inevitable que “nos tocó vivir”; mientras no nos maten…
    • metabolizamos las angustias cotidianas en procesos de auto-destrucción plagados de enfermedades y afecciones para las que no se consiguen medicamentos, mientras los centros de salud pública están devastados
    • y ésta es sólo una lista somera realizada por mí, un privilegiado a pesar de la estrechez de mi pensión y casi cuatro años de desempleo de hecho: pero igual y afortunadamente, alguien que no debe doblegarse para obtener un poco de comida en una caja CLAP, ni depende de un “carné” de la Patria para acceder a programas de asistencia, ni tiene que acompañar obligado concentraciones para así no poner en riesgo la promesa siempre postergada de un apartamento mal construido y/o en una zona inaccesible, ni tiembla ante la posibilidad de que, al escucharse alguna critica que profiera, pierda acceso a cualquiera de estos derechos que le “garantiza” la “revolución” a cambio de sumisión
    • pero que igual y como en mis 30, advierte en el riesgo republicano del asalto orquestado por un régimen desgastado y enquistado, una inagotable y asfixiante fuente de frustraciones, dificultades, carencias, soledades y pérdidas que causarán mucho daño y heridas de lenta sanación
Pero después de este 30 vendrá el 31 y luego un agosto que se anuncia angustioso pero sólo tan angosto e inescapable como nuestras propias obsesiones, exclusiones, exageraciones y negaciones lo hagan. 

Y es que no podemos revertir lo que consideramos abusivo insistiendo en repetir lo que rechazamos, empantanándonos en la misma competencia de epítetos insultantes, descalificaciones jactanciosas, juicios cargados de prejuicios y opiniones sin razones

Nadie dijo que la tarea sería fácil, y menos cuando de lo que nos atormenta y decimos rechazar somos, en alguna medida, responsables todos, por acción u omisión; y por ello, su superación, que no es otra cosa que el reconocimiento de la diversidad (que es mucho más que una “tolerancia” condescendiente) y el respeto a la institucionalidad republicana (con toda la irreverencia que, acaso contradictoriamente, eso implica contra los modos tiesos de una formalidad tan fingida como las bravuconadas de los charlatanes) es también tarea de todos, entre todos, para todos y con todos

Por eso, y con la misma vehemencia con que hace dos semanas dije tres veces ¡SÍ!, mañana me abstendré de participar en un proceso violatorio de la ley, vejatorio de la dignidad de los más necesitados y nugatorio de una dignidad que proclama como bandera pero de la que denigra a través de los chantajes que perpetra mientras pretende adornar con abalorios sus intenciones totalitarias y su trasfondo indiscutiblemente delusorio

Porque aunque no es siempre fácil y casi nunca está exento de dolor y esfuerzo, sí es posible volver a empezar; con todo lo que ello implica de admisión de los errores propios, de discernimiento entre qué cosas recordar y cuáles olvidar, de entendimiento de los primeros rayos de un posible amanecer y, quizá sobre todo, de reconocimiento del valor del esfuerzo en rebelarse para, así, intentar lo más difícil: despertarse, identificarse, continuar…

sábado, 15 de julio de 2017

17

17

Comencé quinto año de bachillerato recién cumplidos diecisiete años

Diecisiete; los mismos pocos, muy pocos años que apenas alcanzaron a cumplir, entre los muchos (uno hubiera sido ya demasiado) manifestantes asesinados, Carlos José, Yelson, Neomar, Fabián, Rubén Darío y, por ahora, Oswaldo; los diecisiete con que mi padre vivió el fin de una guerra civil que le robó su adolescencia; como diecisiete años trabajó la profesora Yanet Angulo como juez en la Federación Venezolana de Canotaje antes de que un disparo la alcanzara en la cabeza en una protesta en El Tocuyo; y los escasos diecisiete de la Constitución que quieren derogar quienes creyeron haberla escrito a su medida pero ahora descubren que le quedó estrecha a sus notablemente engordadas ambiciones…

Comenzando, pues, quinto año y estrenando los diecisiete, dirigí con dos compañeros de curso una aventura editorial que nos llevó a lugares que ni conocíamos ni esperábamos y nos descubrió realidades que no podíamos sospechar cuando, un poco jugando a poetas y otro poco inaugurando rebeldía (“no sabíamos más, teníamos -poco más de- quince años”, decía la letra de una canción frecuentemente escuchada), decidimos escribir y publicar sobre cosas que veíamos y casos que vivíamos, sospechábamos inmorales y, por ello, creímos necesario denunciar

Así nació lo que llamamos “Kloacqa C.S.I.” y que apenas alcanzó tres ediciones

Contar la historia de todo aquello sería innecesariamente largo, impertinente para el momento y hasta una intrusión en la vida de algunos con quienes la compartí

Baste decir que desde la primera edición de aquel pasquín, distribuido pocos días antes de las vacaciones de navidad, nuestra aventura perturbó la paz idílica de un reputado colegio de Caracas en momentos en que, durante el primer gobierno de Caldera, se intentaba el proceso de “pacificación” destinado a incorporar a la “normalidad democrática” a los sobrevivientes de la guerrilla derrotada; paz, sin embargo, como sin conocimiento intuíamos e iríamos confirmando, construida sobre un entramado de mentiras calladas (todos conocían la verdad), complicidades escondidas (cada quien sacaba algún beneficio de su silencio) y perversiones extendidas (al amparo de una pretensión de moralidad que toleraba y llegaba a alentar violaciones de todo tipo). Paz, pues, que no era tal sino más bien una languideciente ilusión entre complacientes elusiones…

La navidad diluyó el impacto de ese primer número; o al menos así creímos

Cuando desde la autoridad del colegio nos propusieron la colaboración de un cura “chévere” para ayudarnos a corregir temas de redacción y ortografía, no sospechamos que nos imponían un censor; ni siquiera cuando, ya con el segundo número listo para imprenta, nos “sugirió” eliminar uno de los textos. Lo aceptamos para no dilatar más la publicación de esa edición y, con total ingenuidad, en esa página ahora obligada al vacío escribimos “aquí iba un artículo que borró un esbirro”; sin saber, lo juro, lo que significaba “esbirro” sino que sonaba insolente y sugería una atmósfera de novela policial

La frase fue la excusa que prendió una vertiginosa secuencia de hechos que aún hoy me sorprenden y más al percatarme de la brevedad en que ocurrieron

Nos suspendieron a los tres editores por una semana (hubiera sido difícil argumentar la expulsión definitiva de estudiantes de expedientes académicos impecables sin que la represalia resultara tan obvia como excesiva) y la decisión nos fue comunicada en una muy incómoda comparecencia de los tres, cada uno por separado, ante el rector del colegio. El interrogatorio a que nos sometió, con matices en cada “encuentro”, resultó para todos una experiencia humillante y nuestro primer encuentro con la inquisición. Y hoy, cuarenta y siete años después, sí sé lo que significan esta y la otra palabra…

A la salida de aquel regaño/interrogatorio/amonestación nos encontramos los tres, desconcertados y con la difícil tarea de comunicarle a nuestros padres el resultado de nuestra aventura; quedamos en mantenernos en contacto durante esa semana de asueto forzado

En esos días pasaron cosas que ninguno de nosotros anticipaba ni tenía la experiencia para manejar ni la suspicacia para descifrar

Recibimos una llamada tan extraña, citándonos a un lugar tan misterioso que hacía imposible rechazarla, aunque sólo dos de nosotros aceptamos asistir a la cita. Era para hacernos una entrevista en alguna de las revistas entre psicodélicas y subversivas de la época; en los liceos oficiales se manifestaba el “Poder Joven” (con el que nunca tuvimos contacto) y pensaban, asumo, que nuestra aventura representaba una penetración de ese movimiento en el epicentro educativo de la burguesía

Afortunadamente, quizá terminamos resultándoles demasiado sifrinos y esa entrevista (mal hecha y peor contestada) nunca se publicó

Pero sí un panfleto “secreto” que llegaba libremente a muchos (llamado, si no recuerdo mal, “Norte y Sur” y que se decía provenía de la CIA o el FBI, ¿ya qué más da?) que “denunciaba” explícita e irrefutablemente el financiamiento castro-soviético que estarían recibiendo esas células de penetración (o sea, nosotros…). Supimos de varias reuniones de padres y representantes que, contra esos “díscolos y sin duda drogadictos chicuelos” (es decir, otra vez nosotros…) exigían “justicia” con poco interés en ocultar los deseos de ajusticiamiento que suelen yacer tras esta palabra. También de varias llamadas de personeros del gobierno, padres de compañeros de estudios, “profundamente preocupados” por la evidente falta de control de las autoridades sobre lo que acontecía en el colegio y que ellos no permitirían vinieran a dinamitar unos carajitos (nosotros, claro) y, menos, desde el centro mismo de la dignidad moral e ideológica de la patria donde, por cierto, muchos de ellos habían estudiado. Una revista de chismes de farándula local que sustituía en mi casa, con menos costo, la necesidad de cotilleo del “HOLA” dedicó su editorial a ese “horror” y concluía afirmando que los enfermos autores de esos textos (nosotros, de nuevo…) sólo aspiraban, en su desequilibrio, “a arrastrar las cabezas sangrientas de sus padres por las calles del Country o La Castellana”; bastante lejos, por cierto, de la modesta sección al norte de Montecristo donde vivía con mis padres, pero una imagen que descompuso en llanto y desolación a mi madre. Otra llamada, aún más misteriosa, nos citó a un lugar en el que nunca habíamos estado y casi ni sabíamos donde estaba a unas horas de la noche que la hacían aún más irresistible; cuando llegamos al edificio, hediondo a fritangas y basura, nos pasaron de uno a otro apartamento, subimos y bajamos pisos, prendieron y apagaron luces, hasta que del fondo de un pasillo oscuro salió un personaje pequeño, con lentes de sol en medio de aquella casi total ausencia de luz, que nos habló de su reciente pasado guerrillero, de la decisión del grupo al que pertenecía de integrarse a la normalidad política pero sin traicionar sus convicciones y de la conveniencia de “incorporar voces jóvenes al movimiento para conectarse con esos grupos emergentes y ganarlos a la causa”, por lo que estarían dispuestos a secundar nuestros esfuerzos aunque, claro, no con dinero, pues el movimiento apenas empezaba, los escasos fondos debían cubrir los costos legales de compañeros aún encarcelados pero, quitando lo económico, estaban dispuestos, deseosos, ávidos de apoyarnos

Al expulsarnos por esos siete días quizá los curas buscaban sacarnos de escena mientras controlaban daños al interior y exterior del colegio y es probable que también hayan pensado que esos días de castigo nos harían reflexionar, por miedo o por reprimendas en nuestras casas; si tales fueron las intenciones, hoy veo que ninguna les funcionó. Los tiempos cambiaban y resistirse a entender, atender y manejar lo que con ignorante intuición denunciábamos (tan cierto que había disparado tantos y tan poderosos resortes) pronto se comprobaría inútil y hasta tonto; y a nosotros esa avalancha de eventos en que nos envolvió una notoriedad no buscada ni entendida no sólo diluyó cualquier atisbo de vergüenza o arrepentimiento sino que nos pareció confirmaba nuestro logro: ¡no habíamos estado en Woodstock pero habíamos conmocionado el sistema desde uno de sus colegios emblemáticos! 

No tardé mucho, sin embargo, en darme cuenta que todos estábamos errados

Erramos nosotros al pensar que hacer lo que considerábamos justo y decirlo nos convertía en héroes predestinados por la historia a cambiarla al solo impulso de nuestra voluntad; erraron las autoridades (del colegio y nacionales) al desatar una barrida represiva pensando que la basura puede esconderse bajo la alfombra del silencio por miedo; erró la élite nacional, representada por aquellos indignados padres, al señalar culpables antes de examinar sus propias culpas; erró el liderazgo político, el establecido y el emergente, al menospreciar unos el valor de una reacción espontánea e insistir en ver conspiraciones detrás de actos ingenuos pero sinceros y pensar los otros que los proyectos políticos se ensamblan arrimando afinidades aparentes sin comprobar ni compartir la realidad y profundidad de convicciones y motivaciones; erraron los “analistas internacionales” al aplicar sus etiquetas pavlovianas sin siquiera tratar de entender qué pasaba y por qué o, pienso hoy, para evitar que otros entiendan lo que ellos saben y prefieren desconocer para que no se conozca; y erraron los medios al buscar llenar páginas con asunciones oportunistas, alarmistas, simplistas y sencillamente huecas

Erramos, pues, todos al no entender que los instantes son importantes y hasta determinantes pero nunca concluyentes; al confundir coyunturas con metas; y al considerar logros finales y compartidos lo que eran sólo fases de proyectos que coincidieron en un momento para luego irse desarrollando por separado; como debe ser, por cierto, para que la diversidad se imponga sobre cualquier forma de uniformidad y logre ensamblar a partir de la no siempre calma discusión de lo que pensamos unos y otros ese nos-otros que, porque se niega a vernos como idénticos, construye la verdadera identidad. Errores de entonces que, tristemente, uno ve repetirse tanto que a veces piensa si serán mañas atávicas pero se empeña en alertar sobre ellas y los riesgos de insistir en irreales lecturas de la realidad que alimentan realidades paralelas y la peor forma de ignorancia posible: insistir en ignorar lo evidente

Aquel año ciertamente me marcó pero no lo evoco con la tierna añoranza de la canción de Violeta Parra que tantas veces, entonces y después, me ha emocionado en diferentes versiones y he intentado con mis escaso talento vocal...


Pues no quiero “volver a los diecisiete”

Viví aquella edad (como las que tuve antes, las muchas que he tenido después e intentaré vivir las, espero muchas, que me resten) con la intensidad que pude y supe hacerlo y hoy quiero mirarla sin el pantano de la nostalgias y el peso de sus fardos. No uso espejos retrovisores (ni siquiera al manejar, lo confieso) para explicar el presente y, mucho menos, para imaginar lo que deseo, me planteo o espero me sorprenda en el futuro; para vivir con igual intensidad las luces retadoras que me ofrezca y el esfuerzo por sortear las sombras que me atraviese

Reivindico, no obstante, del recuerdo su capacidad de re-cordar: de recuperar para el corazón (éste, actual, latiente) la intensidad actual de lo que, por haberlo vivido, nos constituye sin constreñirnos ni consolarnos sino retándonos con sus alertas y confirmándonos que es tan falso el fatalismo del “ya nada es posible” como el triunfalismo de “ya lo hemos conquistado todo”; que todos son tramas en permanente desarrollo, entreveradas con otras que se nos cruzan y algunas se quedan mientras otras se disipan o apagan. Pues sólo los seres humanos morimos, pero no los procesos ni las sociedades ni los entornos de los que participamos y sobre los que actuamos, que siempre nos sobreviven aunque frecuentemente de modo distinto al que esperábamos: a veces para nuestro agrado y otras para indicarnos que toca seguir remando…


Voy concluyendo estas reflexiones cuando comienza a anochecer la víspera de lo que anticipo será el día de mayor importancia  ciudadana de los que me tocará vivir y, también, a muchos de los pocos que las lean

En el transcurso de esta densa trama que venimos viviendo, de la que participamos y a cuya espesura, por acción u omisión, en varias formas pero todos de algún modo hemos contribuido con algún error y, no pocas veces, insistiendo en ellos, nos alcanza el momento de alterar ese curso en un evento único, verdadera rebelión republicana ante un gobierno que ha asaltado el Estado en perjuicio de la Nación y como integrantes legítimos, sustancia misma de esa Nación, construida por la suma de todos nos-otros

Mañana, 16 de julio, lo que se anticipa será una abrumadora cantidad de ciudadanos expresaremos nuestra opinión en una CONSULTA POPULAR que no sólo implica desconocer el gobierno central (el término que acabo de utilizar ya lo hace, pues ha sido “prohibido” desde el poder) sino, quizá más relevantemente: 
1.- desconocer la institución que, obligada a respetar y hacer respetar nuestro derecho a elegir, nos ha secuestrado ese derecho entre triquiñuelas que retrasan hasta imposibilitar el ejercicio de lo que es legal y apuran e improvisan hasta la procacidad lapsos de lo que no lo es para impedir lo que debe ser
2.- ignorar las amenazas ya nada sutiles del amasijo leguleyero que ha liquidado la separación de poderes y hace inútil intentar diferenciar una sentencia de un arrebato, una declaración, otro circunloquio o una falacia más o si viene del TSJ, la Defensoría, CONATEL, un diputado alzado e incapaz o del patuque que conforman y los soporta 
3.- y hacerlo, por primera vez, sin el oprobioso tutelaje militar sobre el más cívico, civil y civilizador de los actos ciudadanos en una República: expresarse democrática, libre, republicanamente

Ninguno de estos desconocimientos es, ya en sí, poca cosa y cada uno de ellos es motivación suficiente para ser parte de este proceso inédito de aún incalculables pero previsibles repercusiones políticas

Pero no volvamos a errar

Nada concluye este domingo 16; ninguna tarea queda hecha ni hay capítulo que cierren unas cuantas horas de euforia por cumplimiento con uno mismo, lo que cree y lo que entendemos es un deber con la República desde el ejercicio pleno de nuestra ciudadanía


En gerundio y en plural, como se estructuran, se desarrollan y operan las tramas existenciales y sociales, la trascendencia de este 16 no está en los adjetivos con los que nos esforcemos en calificarlo sino en lo sustantivo que, en el tiempo, como proceso, entre todos y hacia adelante sepamos ir ensamblando a partir del lunes 17

Pues sí, este lunes, “el primer día del resto de nuestra historia”, será 17-7-17; curiosa pero nada accidental simetría que, contra lo que pudieran pensar posibles incrédulos, representa para mí, a la vez, un augurio y un reto. El número es casi un palíndromo, esas palabras que se leen igual desde el extremo por el que se comience la lectura hasta encontrarse en el centro con un signo que, como un espejo, construye profundidad para reconocer (otro palíndromo…) la sustancial proximidad de extremos que se asumían muy alejados y que al encontrarse en el propósito común de constituir un “significante” con significado amplio y compartido, se concilian para seguir hacia adelante; sin renunciar a sus diferencias pero venciendo las distancias para construir encuentros

Ésa será, creo, la tarea más importante y sin duda la más difícil cuando, superado con éxito el 16, aceptemos el desafío de identificar y articular lo que somos (otro palíndromo…) aprendiendo a rever que siempre que conversamos dos es con el objetivo de hallar modos de ser tres y que, como las preguntas del domingo, en tiempos de negación, exclusión y represión nada es más subversivo que afirmar(se) y más si resuena en el eco de la repetición: SI, Si y SI

Dentro de cuatro años cuadriplicaré los diecisiete que tenía cuando sucedieron los hechos relatados. Quizá entonces pueda mirar los de la actualidad con una distancia crítica que hoy me es obviamente imposible, Espero entonces encontrar menos errores sin evadir los que toque asumir

Y, sobre todo, espero que estos últimos diecisiete años nos hayan enseñado a aprender todo lo que nos falta por admitir, procesar, metabolizar, articular e imaginar en los muchos que nos quedan como Nación y, ojalá, a quienes con tanta paciencia me han acompañado hasta estas líneas con las que cierro ya esta nota

A eso apuesto

¡SÍ! ¡SÍ! Y ¡SÍ!





P.S. El día de mi graduación de bachiller, pocos meses después de los incidentes al inicio de esta nota y un mes antes de cumplir dieciocho, busqué al Rector del colegio, el mismo que me había expulsado de su oficina al tiempo que me anunciaba la sanción que me suspendía por “al menos” una semana, para saludarlo con afecto nada impostado. En aquel momento (la juventud es siempre irreverente y hasta arrogante) lo consideré un triunfo, casi una lección que este zagaletón le propinaba (ése sería el término) a aquel cura reaccionario sobre tolerancia. Hoy entiendo que, sin saberlo entonces, la misma intuición que me había hecho cometer imprudencias antes me había llevado a un gran acierto: los rencores guardados terminan corroyéndonos y mirar a quien piensa distinto como enemigo nos somete a la prisión de nuestras miserias. 
Al menos eso espero aprendí de mi tránsito a través de los diecisiete…